lunes, 29 de septiembre de 2008

CUIDATE, QUERETE: ESQUIVANDO A LA CIGÜEÑA

El control de la natalidad es un tema clave en la vida de las personas. La ciencia moderna pone a nuestra disposición una variedad de métodos para que todas y todos decidamos cómo y cuándo traer al mundo a un pequeño vástago. Sin embargo, todavía existen numerosos mitos y creencias que nos ayudarían a cambiarle la ruta a la cigüeña pero que, lejos de ser ciertas, provocan que las dos líneas rojas de las pruebas de embarazo caigan como una lluvia helada de nueve meses de duración...

“Dos líneas es positivo, no? Uuuhhh… ¡¡me quiero matar!!” No por familiar deja de ser emocionalmente devastadora esta típica frase de la que han sido testigos tantos inodoros y bidets del planeta. Las piernas se aflojan, la voz se hace aguda y nuestra vida como la conocíamos hasta ese momento parece derrumbarse bajo un bombardeo de mamaderas, pañales sucios y pocas horas de sueño. Es que la llegada de nuestro heredero cambia por completo nuestra existencia (ni hablar cuando la estábamos planeando para dentro de dos, cuatro o quince años) y nos hace reflexionar sobre las consecuencias de nuestros actos. No se trata de vivir una sexualidad con miedo ni restricciones, sino de informarse y actuar con responsabilidad. Gracias a Xipe Totec, dios azteca de la fertilidad, la ciencia ha puesto a disposición de la gente que puede adquirirlos (hay que reconocerlo) numerosos y efectivos métodos anticonceptivos: preservativos, pastillas anticonceptivas, pastillas del día después, dispositivos intravaginales y, lamentablemente, la tediosa abstinencia.

Pero no es el objetivo de esta nota dar cuenta de todos ellos sino despejar dudas sobre aquellas antiguas artimañas transmitidas de generación en generación que tantos úteros inflamados han dejado por el camino. Abuelas, curanderas y monaguillos abstenerse…

-“Falsas creencias y otras hierbas”: Existen una variedad de métodos que proclaman que realizar ciertas actividades antes, durante y después del coito evita el embarazo. La mera enumeración de las mismas brinda información sobre su inexistente efectividad. Se trata de mitos y leyendas sin ningún rigor científico ni pruebas que sustenten su uso. La cosa sería más o menos así: parece que si una mujer se toma una gaseosa con un medicamento y se aplica vinagre o limón en la vagina antes de la relación, se ata un trapo rojo durante la relación sexual, y luego toma jugo de limón, se para sobre una superficie fría al mismo tiempo que salta con las dos piernas después de la relación no existiría la mínima posibilidad de quedar embarazada. Saquen sus propias conclusiones…
-“Lavarse la vagina después de mantener relaciones evita el embarazo”: Tremendamente falso. Seamos realistas, el agua puede ser una fuente de purificación para nuestro organismo (como dice la publicidad) pero a excepción de que se trate de un manantial milagroso con propiedades mágicas, no llega a lavar la fertilidad. Seamos claros, inundar estas cavidades con abundante líquido elemento no remueve los espermatozoides sino que los empuja hacia adentro.
-“Mantener relaciones sexuales de pie evita el embarazo”: Otra vez… falso. Si Newton escuchara de este método se arrojaría por un precipicio y sería víctima de su propia ley. Esta creencia se apoyaría en que el efecto de la gravedad en determinadas posiciones tendría algún efecto sobre el esperma, evitando que se realice la concepción. En estados óptimos de fertilidad, la pose en la que se realice el coito no es determinante sobre el resultado final. Si hay eyaculación, siempre existe la posibilidad de embarazo.
-“Escuche los consejos de la Iglesia Católica”: Sin ánimo de ofender a nadie, la posición adoptada por la Iglesia es por demás peligrosa. “En la anticoncepción la procreación se convierte en el enemigo a evitar en la práctica de la sexualidad” (Juan Pablo II, Evangelium Vitae 23). Es decir, se categoriza a una sexualidad responsable como una práctica hedonista, egoísta y que pone al placer por encima de las relaciones humanas, afirmando que la única función de la vida sexual de las personas es la de procrear. Sin entrar en un debate más extenso sobre diversas morales y sus derivaciones, esto lleva a adherir a métodos por demás ineficaces que tienen como resultado final embarazos no deseados. Uno de ellos es el “coitus interruptus”, que consiste en extraer el pene de la vagina momentos antes de la eyaculación. El líquido pre seminal que segrega el pene durante el acto contiene espermatozoides, por lo que el peligro de fertilizar al óvulo es real. También se apela a mantener relaciones en los llamados días no fértiles, lo cual no brinda un nivel de eficacia comprobable.
-“Tener pocas relaciones sexuales baja la posibilidad de embarazo”: Este sistema, más allá de ser poco práctico, confía más de lo que nos gustaría en la matemática. También se lo puede relacionar con la posición de la Iglesia Católica. Ya lo dijo el periodista y escritor estadounidense Henry Louis Mencken, “es completamente lícito para una católica evitar el embarazo recurriendo a las matemáticas, aunque todavía está prohibido recurrir a la física o a la química.” La verdad es que fisiológicamente, una pareja que mantiene relaciones en un estado y momento óptimo de fertilidad tiene apenas el 25% de posibilidades de concebir. Más allá de que este número puede llegar a brindar cierta tranquilidad en algunos casos, del mismo se desprende que solo basta una relación sexual para concebir. Mejor dejemos a la matemática de lado.
-“La observación del moco cervical puede darnos información sobre los períodos fértiles de la mujer”: Este método, más allá de ser muy poco efectivo (apenas un 60%) es bastante asqueroso. El moco cervical es un líquido que se encuentra en el cuello del útero. El mismo se hace más abundante, cristalino y transparente (casi como una clara de huevo) en los períodos fértiles, por lo que detallada observación del mismo nos daría información sobre el riesgo de un embarazo. De más está decir que el riesgo es alto y depende de la observación visual.
-Mmmm… ¿a vos te parece cristalino esto?
-No sé… es medio grisáceo, no?
-¡Que se yo! Por eso te pregunto… si yo soy daltónico!


Por Diego Quiroga

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