“Cuando estés en Roma, compórtate como los romanos”, decía San Agustín sin medir las consecuencias de sus polémicas declaraciones. Que cada uno decida que porción de la cultura romana antigua le apetece más: si las bases del Derecho Moderno, la estrategia militar o la posibilidad de perderse entre un mar de afectuosos cuerpos en una tradicional orgía romana...
La sexualidad de las mujeres y de los hombres se ha ido modificando con el correr de los siglos.
Desde aburridos y mecánicos cavernícolas, que consumaban el acto con el solo fin de preservar la especie, hasta la modernidad donde todo -o casi todo- es relacionado al sexo. Pero hay una página, o más bien una enciclopedia de la historia de la sexualidad humana que hace referencia a las monumentales orgías que eran celebradas en la Roma Antigua.
Se originaron en el sur de la península itálica, en el siglo II antes de Cristo y luego fueron esparciéndose con velocidad en el resto del Imperio, con excepción de los alejados territorios que eran anexados a fuerza de espada. Las mismas constaban de extensas jornadas (varios días y sus noches) en las cuales los participantes exploraban su sexualidad en todas las formas en las que su anatomía les permitía.
Muy diferentes eran estas bacanales de lo que en nuestros días entendemos como un encuentro de este tipo, ya que el número de participantes no era lo único que las caracterizaba. En ellas todo estaba permitido y los límites eran tan borrosos como las figuras humanas que se entremezclaban.
Los celebrantes de semejantes jornadas debían entregarse por completo a la imprevisibilidad de los acontecimientos. Aquellos que osaban poner un límite y preservar de alguna manera algún mínimo de moralidad (¿cómo hacerlo estando desnudos y entreverados con otros cuerpos jadeantes?) corrían el riesgo de ser salvajemente asesinados quizás por la misma persona que unos instantes antes les había procurado el mayor de los placeres.
Las orgías romanas fueron en sus inicios una celebración religiosa (creo que voy a dejar de ir a misa) en la cual se rendía culto a Baco, dios tracio del vino cuyo origen puede rastrearse hasta los Balcanes; hijo de Júpiter (dios principal de la mitología romana) y Stimula (una bella doncella consagrada al dios), fue instruido en las artes de la danza, la música y fabricación del vino.
Las inocentes festividades destinadas a recibir los favores de tan alegre deidad constaban de numerosas actividades: espectáculos artísticos, banquetes, danzas y rituales. Es decir que el componente sexual no era el predominante en los inicios de las festividades pero con el tiempo (y obviamente las ganas), éste fue tomando control de tan especiales liturgias hasta convertirse en el elemento fundamental de los festejos.
En el año 186 A.C., el Senado romano promulgó una ley que prohibía la celebración de orgías, en un intento desesperado por encausar las celebraciones del dios del vino, y devolverlas al plano exclusivamente religioso.
Olvidemos por un rato una ley que ya tiene más de dos mil años de antigüedad y tratemos de imaginar el cuadro. Una infinidad de cuerpos entrelazados en ríos de piernas, brazos y torsos formando las más extrañas figuras.
Oleadas de gritos y gemidos, no solo de placer sino también de dolor y violencia, resonando en aquellos rincones de la ciudad cercanos a estos festivos centros. Mares de vino y otros brebajes corriendo a borbotones entre los canales que forman los cuerpos. Aromas extraños y una música que se esfuerza en superar en volumen a los aullidos de esa gran figura formada por decenas de mujeres y hombres de variadas proporciones… ¡Salud!
Por Diego Quiroga
jueves, 18 de septiembre de 2008
LA ALEGRÍA ES SOLO ROMANA
Etiquetas:
historia del sexo,
orgías,
sexo en Roma
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