martes, 30 de septiembre de 2008

PROHIBIDAS TENTACIONES: UNA NOCHE EN EL CABARET


La tentación está siempre al acecho y en el marco de una noche de sábado en un cabaret, resistirse se vuelve casi imposible. Crónica de una noche en el cabarulo más caliente de Flores.

La noche del sábado, la madrugada del domingo, se va encendiendo de a poco. Hombres de todas las edades y mujeres de ropa ligera decoran el lugar. Casados, divorciados, separados, solteros y curiosos van poblando uno de los cabarets más conocidos del barrio de Flores, mientras que las chicas del lugar van de mesa en mesa en busca de negociar, al menos, un trago.
El paisaje lejos está de parecerse a Le Chat Noir, el primer cabaret que existió allá por 1881 en París, según cuentan los historiadores. En aquel entonces se trataba de una cita con la cultura, donde escritores, pintores y estudiantes de Bellas Artes acudían al cabaret para ver la actuación de cantautores. Hoy, casi 130 años después, el propósito del cabaret está alejado de la cultura: la búsqueda de la satisfacción física, visual y hasta muchas veces emocional es la principal motivación masculina. Para entender mejor las diferencias del pasado y presente, mejor describir el lugar. En una esquina, un escenario pequeño se alza a un metro al nivel del piso. Una silla y dos caños adornan el mini-escenario, donde mujeres de cuerpos tallados hacen acrobacias cada veinte minutos. En la otra esquina, una pantalla gigante de cincuenta pulgadas proyecta el canal porno Venus. En el medio, los clientes, consumiendo alcohol, charlando y mirando sin descaro a cuanta mujer pase por su lado. La trampa es la tentación. Pocos resisten. Hasta los simples curiosos se pueden dejar llevar...
Un hombre pelilargo de cuerpo robusto y remera turquesa frota el caño del escenario con un líquido que evita que la piel se deslice más de la cuenta. Ni bien termina su tarea, se escucha en el medio del bullicio y la música una voz por altoparlante: "Ha llegado el turno de Lisandrooooo...". Un joven y futuro esposo, que no llega a las tres décadas, sube al escenario y se sienta en la silla. El grupo de sus amigos que lo acompañan en la despedida de soltero lo arenga desde abajo. A Lisandro se lo ve distante y nervioso. En ese momento Carol (su nombre artístico, claro está), una morocha de pelo lacio y largo se sube al escenario. Un vestido salmón largo ceñido a su cuerpo marca llamativamente su figura celestial. La banda sonora es de los Rolling Stones. La canción es "Anybody seen my baby" ("¿Alguien ha visto a mi nena?"). Carol se deshace en piruetas y saca el mejor repertorio de la provocación para el agasajado (y para el público, lógicamente). Salvajemente, desabrocha la camisa de Lisandro y la arroja al piso. Acto seguido, Carol roza su cuerpo desnudo en el del futuro marido, ya despojado de los nervios y compenetrado en la exuberante muchacha de curvas sinuosas. A esta altura del show, el estribillo "¿Alguien ha visto a mi nena?" de los Stones parece ser una ironía. ¿Se habrá preguntado Lisandro por su verdadera nena en ese momento? La respuesta se la dejamos a gusto del lector.
"Te diría que el sesenta por ciento de los hombres que vienen acá son casados. Sólo el cuarenta por ciento es, supuestamente, soltero" comenta Flor al hablar de sus clientes. El show de Carol terminó y la atención se dispersa en distintos puntos. A un costado del escenario, cinco sillones blancos conforman el privado que en realidad no tiene nada de privado. Mientras Flor habla de sus clientes, en uno de los sillones un hombre de saco color crema y camisa celeste habla de manera relajada con una de las chicas del lugar. Lo que se ve confirma los dichos de Flor: el hombre, con un anillo en el anular, frota animadamente la pierna desnuda de la menuda muchacha de piel trigueña y cintura cuidadosamente trabajada en un gimnasio. Ella le susurra algo al oído y a los dos minutos desaparecen de escena. "Acá es así. Pagas cuarenta pesos y tomas algo con alguna de nosotras. Si pagas sesenta pesos vamos al privado y ahi hay franeleo. Sino, a los papeles directamente y vamos acá al lado solos media o una hora". Evidentemente el señor casado ya había pasado al tercer nivel y había ido directo a los papeles luego de un intenso franeleo. Flor seguía hablando y un muchacho, de no más de treinta, alza a una rubia encima suyo mientras sus dedos se acomodan en la cola de la chica. Franeleo al máximo. Y así, durante toda la noche, con actores de distintas edades e intereses, sigue el show de los sillones...
De eso se trata. Un poco de show, un poco de franeleo, mucho de miradas osadas (al final todo entra por los ojos, ¿no?) y a los bifes para todo aquel que quiera saciar el apetito sexual. El cabaret se encuentra al tope de su capacidad. Las barras y las mesas están repletas. Las chicas hablan, negocian y se divierten (o al menos eso parece) con los clientes. El reloj marca las cuatro de la mañana. La llama no se apaga. Una voz apenas se escucha por altoparlante que dice "...llegó el turno de Soledad...". Una rubia alta y cuerpo perfecto entra al escenario y se sube al caño con una sugerente pirueta que sorprende a más de uno. Los ojos de los espectadores se encandilan nuevamente. Los distintos momentos que propone el cabaret se siguen engranando casi imperceptiblemente, como una perfecta maquinaria de la tentación prohibida.


Por Fermín Romero de Torres

1 comentario:

ariel_m dijo...

Andy, me pareció muy interesante la nota. Me resulto ingenioso y atractivo el uso de adjetivos que hacés, dan color y matiz a la noche, y por veces, el lector siente haber compartido con vos la visita. Seguí así! Mis felicitaciones. ARo.